Hoy es una vergüenza ser mexicano. No por nuestras raíces ni por nuestra historia, sino por lo que hemos llegado a ser como sociedad y como gobierno.

Hoy terminaron con la vida de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán. ¿Su error? Combatir algo que destruye a los jóvenes y a las familias mexicanas: el crimen organizado.

Mientras el actual régimen nos divide y nos distrae con temas como Salinas Pliego o una disculpa a España —nación que, para bien o para mal, nos dio parte de la esencia de nuestra identidad—, México enfrenta una crisis de inseguridad. Alrededor de 80 personas son asesinadas día a día, mientras por las mañanas nos inundan con discursos de que “todo está bien”, que “el pueblo es feliz porque recibe dinero”.

El pueblo será sabio, pero ignora o prefiere ignorar los secuestros de niñas y niños que ocurren en las comunidades olvidadas del país, para ser reclutados por este cáncer que hoy aniquila las esperanzas de miles de familias.

Carlos Manzo rompió con su partido de origen porque no le gustó lo que veía: un movimiento que se quebraba para servir a los intereses de una cúpula que juró ser diferente.
Carlos Manzo fue asesinado por hacer lo que México necesita: combatir la violencia.

Al final, fue tragado por el lodo, pero sin duda sembró algo en quienes conocimos su historia y sus ideales.

A ver qué dicen mañana en la tele.